La sociedad de la información en la que vivimos trajo consigo grandes revoluciones sociales, económicas, culturales. Quizá la más importante sea la globalización: en esta época la información cruza nuestras vidas y nos permite enterarnos de lo que está ocurriendo en este momento en cualquier parte de esta “Aldea Global”. Con ella llegó también la configuración del consumidor: ese sujeto deseante, pero no de afecto, sino de objetos.
Los niños nacen y crecen en este contexto: son consumi¬dores extendidos. Cada cosa que aparece en TV, publicidades en calles, programas de cine, jugueterías e Internet, es deseada… y solicitada, demandada, casi “exigida” a sus padres.
Pero una cosa es pedir y otra, obtener. ¿Cómo viven los padres esta demanda? ¿Cómo responden a ella? ¿No son los adultos también consumidores deseantes? ¿Los adultos tienen límites frente a esta presión de compra que ejercen los medios? ¿Cómo se muestran frente a los niños? Recordemos que aprenden, también, por identificación.
Tengan los padres dinero disponible o no para responder a la presión del “cómprame”, pueden sentirse ante una situación conflictiva en el momento de decidir si compran o no y qué. Porque también se ponen en juego cuestiones de “marca”, debido a la presión del marketing que explota el deseo de los sujetos.
Claramente los niños requieren sostén familiar para sobrevivir: esto implica reconocer que es necesario satisfacer sus necesidades básicas a través del alimento, las situaciones de descanso, las de higiene… todas van configurando al sujeto deseante, al sujeto demandante. ¿Cómo han sido las primeras experiencias de satisfacción? ¿Cómo se ha ido subjetivando el niño? ¿Cuáles fueron los límites que ha ido incorporando?
Estas preguntas nos ayudan a entender que cuando un niño pide, no sólo solicita objetos. De ahí que muchas veces se observa a un niño abandonar rápidamente el objeto que se le ofrece después de algunos –o muchos– días… y salir raudamente a pedir otro.
En otras palabras: la satisfacción puede tener un orden material, pero básicamente es de orden emocional. Por eso es necesario diferenciar la demanda de amor de la demanda de objetos. Y esto dependerá del vínculo que el niño ha establecido con sus adultos significativos, particularmente con su mamá. No insistiremos en este punto puesto que ya lo hemos expresado desde el comienzo del texto.
Claramente se asocia al reclamo de objetos con el reclamo de atención, cuidado y presencia “maternante”, que cumplen funciones maternas. El pedido estará insatisfecho, porque, a todas luces, no se pide el objeto, la golosina o la muñeca de tal marca: se demanda afecto y presencia adultos.
A pesar de esto, también debemos reconocer que el contexto al que pertenecen los niños, sus compañeros, los otros, también ayudan a reclamar y pedir ciertos objetos de ciertas marcas de consumo.
¿Qué hacer? Lo más importante es tener claro a qué se va contestar sí y por qué. Cuándo se puede y decide comprar, qué necesidad satisface este acto y qué se estará brindando. Los adultos tienen que hablar con los niños y aclarar por qué se responde que sí a la compra de ciertos objetos y por qué no a otros. Este es un modo de no fortalecer el consumismo.
Es necesario dialogar para que ellos comprendan el lugar que ocupan los objetos materiales en la vida de la familia. Claramente, esta ha de ser una decisión familiar, más allá de las presiones sociales. Los pa¬dres tienen que estar convencidos de qué quieren ofrecer a sus hijos y cuáles serán sus ideales y valores al respecto.
¿Qué aprenden los niños cuando se debate?