Computadoras, teléfonos celulares, televisores, reproductores de DVD o equipos que posibilitan escuchar música son algunos de los objetos que forman parte de nuestra cotidianeidad, y proporcionan otras alternativas a nuestra calidad de vida.
Muchos de estos objetos facilitan varias cuestiones, como:
Nuestros vínculos
Nuestra comunicación con otros
Un momento de placer o relax
Un tiempo de entretenimiento y distracción...y, por qué no, algo de compañía.
La finalidad de cualquiera de los objetos mencionados es mejorar nuestra calidad de vida. Cierto es que, como objetos, elementos o herramientas al servicio del hombre, resultan interesantes mientras cumplen con ciertos usos, pero pueden volverse peligrosos cuando suplen funciones que deben cumplir personas o crean dependencia de ellos. Sin embargo, a veces exceden su función original y se convierten en el centro de las necesidades de algunas personas o incluso en iconos de cierto estatus social. El equipo de música más sofisticado y de mejor calidad o el teléfono celular más pequeño y con mayor cantidad de funciones no resultan sinónimo del logro de la felicidad, de crecimiento personal o de haber alcanzado poder sobre el resto de las personas.
La televisión o una computadora no puede ni debe ser la compañía por varias horas diarias de un niño, ni su único juguete. Tampoco debemos transformar estos objetos en entretenimiento para que los niños “no molesten a los adultos con sus necesidades y/o preguntas”. Dotar a los objetos de “mágicos poderes” para nuestra vida y nuestras conductas o delegarles ciertas relaciones con los niños es una equivocación de la que debemos protegernos. Acordamos con esta concepción y entendemos que la infancia se va relacionando con todo aquello que forma parte del contexto socio-ambiental. Por eso si los adultos cercanos a los niños tienen televisor, usan celulares o computadoras, los niños también elaboran un vínculo cotidiano con estos objetos. Vínculo que es preciso orientar, acompañar y resguardar desde la elaboración de criterios coherentes.
Los niños se relacionan con la tecnología según nuestra propia imagen y nuestras enseñanzas.
Actualmente muchos niños, incluso pequeños, piden como regalo celulares, computadoras o equipos de música. Esto no es contraproducente en tanto no ocupe el total de sus intereses y actividades. Los niños se interesan por aquello que su entorno y contexto muestra como valioso. Por ende, las palabras de los adultos y las actitudes que demuestran son las que indican, condicionan la relación con lo tecnológico. Posicionarse en cualquier extremo frente a las tecnologías resultará nocivo para los niños. Algunos adultos consideran los objetos tecnológicos como algo de lo cual hay que apartarse y como los causantes de todos los males o conductas nocivas que afectan a los niños. Desde este enfoque la televisión o la computadora tienen la culpa de que el niño no lea, no quiera aprender cálculos matemáticos o juegue en forma “violenta”. Por el contrario, otros adultos están tanto tiempo pendientes del celular y la computadora que no tienen participación alguna en el tiempo que sus hijos pasan frente a estos mismos objetos. Ambas posiciones son extremas. Incluso consideramos que resultan poco convenientes y pueden acarrear reacciones poco deseables.
Tanto rechazar la tecnología como hacer de ella una religión son conductas que se alejan de una relación adecuada con estos objetos en nuestra cotidianeidad.
Lo que proponemos es un uso y un contacto reflexivo, razonables y medidos tanto por parte del adulto como del niño a quien se facilita el manejo de estos objetos. Este uso equilibrado tiende a incorporar estos objetos en ciertos momentos del día, frente a ciertas necesidades.
Nos referimos al uso de la tecnología como parte de nuestra cultura y cotidianeidad, que también se conforma de otras actividades y situaciones donde el diálogo, la lectura, la actividad física, la relación con la naturaleza o una sabrosa comida tienen igual importancia.
Las claves o sugerencias sobre las cuales proponemos reflexionar:
1. No tomar una posición prejuiciosa o contraria frente a la presencia y uso de la tecnología.
2. No prohibir. Sí acompañar y supervisar.
3. Dialogar sobre usos y contenidos posibles de encontrar.
4. Establecer y respetar horarios de uso.
5. Proponer otras tecnologías alternativas.
6. Brindar otros espacios educativos alternativos que atraen al niño.
7. Acercar libros, revistas o folletos sobre los objetos que atraen al niño.
8. Encontrar espacios educativos donde profundizar o redirigir el uso de la tecnología.
9. Poner al niño en lugar enseñante.
10. Establecer vínculos de intercambio de información entre padres, maestros y profesionales.
Debemos aceptar que intervenir y participar con los niños en el uso de la televisión o la computadora también es educar. Educar en valores y promover otras conductas. Podríamos sintetizar todo lo que quisimos transmitir en este artículo de la siguiente forma: