Pensarse "no padre" es aún hoy un cuestionamiento severo. Aquellos que deciden no tener hijos suelen ser vistos con pena, como egoístas... con cargas de contenido que los que sí tienen hijos (aún si no lo han decidido) no reciben. Un camino similar transitan quienes prefieren postergar su decisión. El sino del éxito está determinado, según los patrones sociales más tradicionales, desde el cumplir todos los roles de manera satisfactoria. Así, sobre todo para las mujeres, ser madre, esposa, profesional y bella es una consigna que pesa.
La prolongación de la vida, la extensión de la juventud en edad, los avances tecnológicos, la independencia económica y libertad consecuente de las mujeres está entrando en conflicto con esas premisas.
Madres en el montón
La liberación femenina fue una catástrofe, sobre todo para las mujeres. De estar encerradas en el hogar, sometidas a la dictadura masculina, pasaron a ser perseguidas por la propia exigencia de abarcar todos los roles con amplia aprobación. Este abanico de demandas se convirtió en el lema del nuevo siglo: las mujeres deben ser buenas en todo lo que hacen. Porque se lo exigen, porque no se permiten otra cosa, porque no les queda otra, por la mirada de "las otras", por competencia, por la culpa innata al género...
Madres, mujeres, esposas, administradoras, amas de casa, empresarias, cocineras, modelos, abuelas, hijas, educadoras, nutricionistas, estudiantes, ejecutivas. Las mujeres de este siglo conviven con los malabares del "polirubro" femenino. Curiosamente se debaten siempre en situaciones extremas, sin aceptar que pueden flaquear en algo. En parte por la vara propia, pero también por la que impone la sociedad.
Mientras las mujeres de otras décadas se exponían apenas como madres y amas de casa, aún a costa de descuidar su jovial figura, hoy los frentes se han multiplicado de modo exponencial. Previo a la inserción en el mercado laboral bastaba con tener hijos educados y una casa aplicada, un marido exitoso merced a la dedicación de la esposa. Todas cuestiones eran suficientes para expresar las altas cualidades de esa mujer. De manera muy poco posible esa vara era impuesta por ella misma, sino por el entorno femenino cercano (sobre todo madre y suegra y sus elevados estándares de exigencia) y el espacio social frecuentado.
Las mujeres de hoy aprendieron a ser madres entre muchas otras cosas. Algunas, incluso, decidieron no serlo. Pero muchas, sirviéndose de la tecnología disponible, de la puesta en juego de su propio alberdrío y de entender su desarrollo vital de otro modo, optan por elegir cuándo ser madres, desplazar hacia adelante el momento de parir y -con frecuencia creciente- programan su maternidad como parte de su desarrollo de carrera.
Heredarás ser madre
Con el paso de los siglos, el hombre se configuró fuertemente como proveedor externo, aunque puertas adentro las mujeres -aparentemente relegadas a tareas poco importantes- se convertían en el motor del futuro: procreando, criando y conduciendo los hilos más invisibles, aunque más sólidos, de la red social. La historia revela que el papel de la mujer ha sido relegado hasta avanzado el siglo XX merced a una gestión del poder marcadamente masculina, heredada y delegada de manera continua entre los propios hombres. La eclosión femenina fue en parte obligada por la seguidilla de ambas guerras mundiales, junto a la aparición de los sistemas eficientes de control de la natalidad -y su consecuente autodominio del propio ser- y la profusión de necesidad de mano de obra que demandó la revolución industrial.
Aunque se puede entreleer un surgimiento de igualdad en el mundo femenino no nacido dentro del propio género, había allí un poder latente, expresado en silencio (o acallado públicamente), que pudo hacerse cargo de las demandas aparecidas por los hechos históricos, por la evolución técnica o científica o por la seducción de nuevas formas de liderar, crear, producir, dirigir, gestionar de las que no eran capaces de desarrollar los hombres con su personal modo de pensar.
Es innegable que la mujer era cuasi un florero en el pasado histórico más lejano. Para los romanos, por ejemplo, no tenía existencia legal. El hombre ejercía poder de dueño sobre ella, como sobre sus tierras, sus hijos y su ganado. Asentado en principios sobre todo religiosos, la mujer quedaba acallada y, si fuera posible, "guardada" en casa. Era valorada la dama prolífica, silenciosa, devota de su hogar y que pasara desapercibida.
Sin embargo, los espíritus rebeldes anidaban en las almas femeninas y se conocen decenas de historias del pasado donde ellas tomaron cartas en los asuntos de sus tiempos y dejaron marca. Las costumbres germánicas y nórdicas son bandera en materia de libertades. Más flexibles en el modo de construir sus sociedades, en esas regiones la participación femenina era igualitaria, guerrera y mutable entre los sexos. Aún entre escenarios adversos aparecieron personalidades como Safo, poeta de la época de Homero, nacida en la isla de Lesbia, cuestión que daría origen a la palabra "lesbiana"; o Hypatia, filósofa, astrónoma y matemática, que fue despedazada por ser considerada "bruja" al despedazada por una muchedumbre airada que la acusaba de ser una "bruja hebrea" que transmitía su saber igual que lo hacían sus colegas hombres.
Se calcula que fueron seiscientas las mujeres que combatieron en la guerra de secesión norteamericana, todas alistadas como hombres. Ejemplo de ellos fueron damas como Loreta Janeta Velazquez quien sirvió como teniente y llego a ser espía de la Confederación; o Frances Clalin que se alistó junto a su marido como Jack Williams. Dorothy Lawrence, periodista inglesa, a los 19 años se convirtió en Denis Smith y se enlistó como soldado en la Primera Guerra Mundial. Descubierta, fue acusada de espionaje y declarada prisionera de guerra. Catalina Erauso o Pedro de Orive o Francisco de Loyola... nacida en San Sebastián en 1592, a los cuatro años ingresó a un claustro donde su tía portaba hábitos. Allí permaneció hasta la adolescencia, donde estalló su necesidad de libertad y emigró vestida de labriego. Deambuló como tal hasta cruzar el océano y llegó al nuevo mundo. En 1623 cayó presa y para salvar su pellejo expuso su condición. Fue protegida por el poder eclesiástico, regresada a España, donde el rey Felipe IV, le confirmó su empleo militar y la denominó “monja alférez”. Pudo seguir haciendo uso de su nombre masculino.
James Barry se supone que fue Marianda Qualifed o Margaret Ann Bulkley. Se disfrazó de hombre para poder ingresar a estudiar medicina en la Universidad de Edimburgo cuando aún no le permitían estudiar a las mujeres. Recibida como médico se traslada a Ciudad del Cabo y practica allí la primera cesárea fuera de suelo inglés. Produjo un gran revuelo allí luchando contra el trato inhumano frente a los leprosos o los enfermos mentales. Recién se supo su condición el día de su muerte, en ocasi ón de su entierro el 5 de julio de 1865.
Las cuestiones económicas también fueron complejas para las mujeres, aún en décadas cercanas. Ejemplo de ello fue Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Timothée d’Éon de Beaumont dama francesa nacida en 1728, pero que vivió la mitad de su vida como hombre sólo para poder heredar la fortuna familiar.
Billy Tipton (Dorothy Lucille) nació en 1914 y con su imagen masculina fue un pianista de jazz y saxofonista bastante notable. Ocultando su sexo llegó a tener una larga relación afectiva, bajo la cual adoptó tres hijos. Recién en ocasión de su muerte, en 1989, se reveló a su familia y entorno su condición real.
Hannah Snell nacida en 1723 en Worcester, Inglaterra se casó con James Summs quien la abandonó. Para rastrearlo tomó el nombre de su cuñado James Gray, hasta que se enteró de que había sido ejecutado por asesinato. Se alistó en la marina real y luego de varias batallas reconoció su femineidad públicamente. Volvió a casarse y tuvo dos hijos.
Industria materna
Más allá de los intentos aislados de dominar su destino en el pasado, fue la revolución industrial a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX la que permitió un ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral. Aunque sometidas a explotación tanto en carga horaria como en la escasez de la retribución, ha sido rescatable -y de ello se han valido las danmificadas y las generaciones sucesoras- el probar a la sociedad y en ocasiones a sí mismas, que podían trabajar fuera de casa, que eran muchas veces más eficientes y capaces que los hombres, que eran sólidas para ganarles espacios y que tenían el saber necesario para ganarse la vida por sí solas.
Tiempo después, con cierta flexibilización en el ingreso a las casas de estudios, comenzaron a aparecer las primeras profesionales. Con el surgimiento de las corporaciones, el teléfono y las máquinas de escribir recibieron a las operadoras, secretarias y mecanógrafas que, aunque con empleos "de segunda", iban ganando espacio en la fuerza laboral. Si bien hasta promediando los '70s la mayoría de las mujeres que entraba al circuito de empleo lo hacía a la espera del casamiento y lo abandonaba cuando éste se concretaba, sobre todo a partir de las guerras mundiales, la actividad laboral femenina fue casi obligatoria. En los primeros casos por ausencia de sus maridos, padres o hijos en el frente; más tarde por sus muertes o impedimentos para trabajar post guerra.
Aunque penosa, esta realidad fue determinante para que la sociedad cambiara para siempre. Las mujeres le probaron al mundo y a sí mismas que podían. Aún así, aquellas que se decidían por iniciar actividades laborales, debieron pagar el precio de duplicar su tarea cotidiana. Los maridos condicionaron la libertad para trabajar a que en el hogar se mantuviera el estatus quo. Allí nace la nueva generación de "supermujeres" que intentaron llevar todo adelante a la perfección, pagando costos elevados. El modelo clásico de ama de casa/madre fue quedando obsoleto. El número de mujeres que trabajan ha sufrido un incremento exponencial en la última década. Según estadísticas de la encuesta de hogares en Argentina han llegado a superar el 60% en 2014 (entre las mayores de 18 años). Aún más notable es el aumento en la cantidad de horas de trabajo: en 2001 sólo el 23% de las mujeres trabajaban más de 30 horas semanales, mientras que en 2011 ese número trepó al 50%, registrándose un aumento de casi el 120%. Al mismo tiempo, se observó un crecimiento significativo de la cantidad de mujeres que hoy son el principal sostén de su hogar: aproximadamente 4 de cada 10 mujeres son jefes de familia.
Flavia Tomaello, autora de, entre otros, "Madres a los 40, ¿la mejor edad?", ed. Del Nuevo Extremo