-Hay algo de la crianza en estos tiempos que está cambiando. ¿Cómo la pensás vos hoy?
-La crianza siempre cambia, ahora la estamos viviendo y entonces, nos sentimos protagonistas del cambio, pero está bueno confiar en que vamos creciendo hacia una crianza más feliz, más relajada y que permita el desarrollo de cada uno de los integrantes de la familia, donde cada uno pueda crecer siendo sí mismo, desplegando su propia voz y no copiando modelos o adaptándose al sistema. Creo que ahora hay más permiso para que cada mamá y papá confíe en su manera de criar, las guías y modelos son más internos, los adultos vamos aprendiendo a escucharnos a nosotros mismos en nuestra manera de cuidar a los hijos, de guiarlos, de escuchar su naturaleza y acompañarlos para que descubran sus tesoros y puedan compartirlos.
-Pareciera que la puesta de límites es lo que hace ruido. ¿Cuál es la clave para vos?
-Es una pregunta muy recurrente… creo que no es tanto porque no sabemos resolverlo, porque los papás sabemos qué es lo correcto, aunque no siempre nos demos cuenta.
Pero… ¡parece que es difícil! y a los padres nos gusta estar en armonía, con los hijos chochos con nosotros, sin gritos ni enojos y no es fácil el trabajo de sostener los límites, de guiar con firmeza en algunos momentos y menos aún no claudicar al primer llanto desgarrador que nuestro tierno hijo despliega con experticia. Los chicos saben cómo vencer nuestras decisiones. Entonces, creo que hay que vivirlo sin recetas, fortaleciendo la propia voz de adulto que guía, confiando en que los límites son amorosos.
Para que haya armonía y libertad con sentido, también tiene que haber bordes, contención, tiene que haber “esto no”… y eso, ¡son los límites!
Y lo peor es cuando los papás nos convertimos en explicadores, eso es muy desgastante. Más bien conducimos la situación y no podemos estar todo el tiempo tratando de convencer a los niños, porque eso genera una violencia que se nos va de las manos. Los chicos tienen que entender que hay cosas que no se pueden hacer, por seguridad, porque no es el momento o porque lo dicen mamá y papá.
Y así se abren a un maravilloso mundo de cosas disponibles, que sí se pueden hacer y eso, los ayuda a desplegar su potencial, pero contenidos en límites amorosos y firmes.
Pero atención: así como decimos “No” también digamos “Si”… sí a jugar, sí a disfrutar juntos, sí a mostrarles a los chicos que ser adulto puede ser un buen destino para ellos… porque hay alegría, risas, diálogo.
Les decimos Sí y construimos una autoridad plena de sentido, flexible, que escucha y acompaña. De esta manera, cuando hay que decir “No” es más fácil, porque cada cosa se integra y tiene su momento.
-¿Qué lugar ocupa la música en la educación y de qué forma?
-Cada vez tiene más espacio, incluso está de moda. Pero hay muchos estereotipos. Todavía no se aborda la música desde la libertad que la misma música ofrece y requiere. En muchas escuelas hay coro o banda o proyectos musicales, pero se sigue copiando un formato viejo, de enseñar “para mostrar” o sólo para transmitir conceptos, teoría, antes de experimentar. Y la música, para desplegar sus tesoros, necesita ser juego, experiencia, exploración. La improvisación es fundamental y así se abren los sentidos y todo el aprendizaje se enriquece, la escuela, los docentes, los chicos y la familia también se transforman.
La música es un recurso maravilloso que nos ayuda a integrar distintos aspectos de la vida cotidiana porque involucra las emociones, el cuerpo, el juego, la mente, el corazón, el espíritu, los amigos, los otros… y algo más.
Es un lenguaje y por lo tanto, comunica, habla, tiende puentes, abre, cierra… y algo más.
La música es propia del ser humano. Es como la capacidad de ponerse a jugar, puede emerger espontáneamente. Pero hay que darle lugar, confiar en ella, abrir los oídos.
El sonido nos rodea y es natural, parte de nosotros. En la naturaleza hay sonidos, pero la música también está en nuestra escucha, en nuestro corazón, mente, cuerpo y espíritu.
Sería maravilloso que la música habite en todos los hogares y escuelas sin ningún tipo de exigencia de afinación ni de destreza. Porque este lenguaje hay que cuidarlo dando permiso, viviéndolo, alimentando la seguridad. Al integrar tantos aspectos de la persona, cantar, bailar y compartir la música, puede inhibirse si aparecen tempranamente el juicio, las críticas, los exámenes o una mirada valorativa de quién es buen músico y quién no lo es.
La música puede ser un lenguaje verdadero, pero para esto, tiene que dejar de ser una ejercitación semanal o una clase programada. Dejemos que la música entre en los hogares, de la mano de los chicos, de los padres, de los abuelos.
-¿Qué aprendés vos de los chicos?
-Mucho, muchísimo. Los chicos son grandes maestros, con su corazón abierto, su permanente curiosidad y ganas de conocer, de disfrutar, de vivir… a veces los adultos crecemos y nos inundamos de pensamientos, de proyectos, temas a resolver… y dejamos de sentir como lo hacen los niños, que están en el presente, sensibles y en un estado de apertura.
Cuando Lucía, la hija de una amiga, llegaba a la playa miraba a lo lejos y decía “Mirá, mamá! Una amiga nueva!”. Los chicos quieren hacerse amigos y aprender a compartir, a la vez, no se apegan tanto como los grandes, siguen en su búsqueda y así su mundo se enriquece permanentemente. ¡Hay muchos otros interesantes!
Los chicos están en el cuerpo, puro movimiento con sus sentidos abiertos, corporizan todo lo que aprenden. El conocimiento primero es experiencia y eso, es maravilloso.
Magdalena Fleitas es Musicoterapeuta egresada de la Universidad del Salvador. Música. Cantante. Compositora. Especializada en la docencia del Nivel Inicial. Creadora y Directora del Centro Cultural “Risas de la Tierra”. Realizó los discos “Risas de la Tierra” (2004) “Risas del viento” (2006) con su banda e importantes invitados como Peteco Carabajal, Luis Pescetti y Mariana Baggio y “Barrilete de Canciones” (2009) un fruto de su jardín musical, con Fito Páez, Kevin Johansen, Palo Pandolfo, Iván Noble, Luis Pescetti y los maestros de su escuela.