Idea 1: Toda nuestra experiencia de vida se dirige hacia la independencia. Tal como plantea Donald Winnicott (1993), durante los primeros meses de vida, la dependencia puede entenderse como:
Dependencia absoluta: el bebé no puede reconocer el cuidado que le brinda su madre. Disfruta o sufre la frustración de este cuidado.
Dependencia relativa: el bebé puede apreciar que su madre es quien lo satisface o lo frustra. Reconoce que depende de ella.
Hacia la independencia: el bebé, debido a las experiencias de vida previas, puede pasar algunos períodos sin su madre, en tanto la ha “interiorizado”.
En otras palabras: la intervención de la madre, su sustituta u otro adulto significativo le provee al ser humano recién nacido los elementos necesarios para su desarrollo –afecto, cuidado, presencia, alimento, seguridad–, le “muestra” el mundo, lo inserta en él. Y lo hace a su manera, de acuerdo con su propia experiencia de vida como niña, joven, adulta, con sus sentimientos y frustraciones, con sus anhelos y sus esperanzas, con sus ideologías y sus propias representaciones acerca de qué es este mundo y cómo interactuar con otros.
El ser humano al nacer es sumamente dependiente, pero es una persona.
Idea 2:Parece insólito destacar esta idea. Con ello queremos decir que tiene sus propias necesidades y sentimientos. El hecho de haber nacido dependiente y en estado de indiferenciación respecto del mundo (dentro del cual incluimos tanto a los objetos como a las personas), no nos debe inclinar a negarle sus propios derechos: particularmente el de respetarlo como sujeto humano, como un enigma, como un misterio por conocer.
El recién nacido no diferencia entre el interior y el exterior de su propio cuerpo. Sus sensaciones de incomodidad son difusas; no reconoce que muchas de ellas se relacionan con hambre, calor, sueño... Tampoco discrimina los ruidos externos como provenientes de su entorno. Transita del sosiego y el bienestar a la excitación extrema de un momento a otro. ¿Cómo interpretar esta transición, que no es realmente tal, pues pasa de un estado a otro bruscamente? ¿Pueden los adultos significar emociones, estados, necesidades fácilmente? ¿Es conveniente que los adultos actúen inmediatamente ante sus reclamos o es deseable tomarse un momento para interpretar, con calma, qué desea el bebé?
Este misterio, este enigma, la diferenciación entre él y el mundo, se irá develando a través de la íntima interacción entre el recién nacido y los otros sujetos significativos, particularmente su madre.
El bebé requiere de un adulto que lo acompañe, lo comprenda y decodifique sus necesidades y su manera particular de comunicarlas. Cada bebé irá mostrando sus ritmos, sus necesidades, sus condiciones de “ser”: a este enigma nos referimos. No sólo se constituye la subjetividad por la interacción con los otros, sino desde la singular particularidad de cada sujeto humano. Ese es el enigma.
Comprenderlo es “todo un trabajo”. Reconocerlo y respetarlo, también.
Desde el momento en que un adulto empieza a intentar decodificar sus necesidades, ya empiezan los “límites” a operar. Sí, a tan temprana edad. La madre o los adultos significativos no son incondicionales. Provocan esperas, pequeñas frustraciones, demoras.
Estas frustraciones son necesarias para el crecimiento infantil. No se deben satisfacer todas las demandas de modo indiscriminado.
Las esperas razonables, las frustraciones que el mundo adulto provoca en los niños los ayudan a comprender la realidad y a superar la etapa de indiferenciación. Se aprende a posponer el deseo y a tolerar la frustración.
No es sencillo interpretar al recién nacido. Es difícil comprender el lenguaje del cuerpo, que es el lenguaje con que cuentan los humanos para expresarse en sus primeros tiempos de vida. Pero su comprensión alienta la posibilidad de crear situaciones adecuadas a la subjetividad infantil.
Idea 3:... que aspira integrar las i-deas 1 y 2: La estructura familiar, formada por los adultos y los niños, es una estructura en la que se dan coaliciones, es una estructura cuyo resultado es un proceso mediatizado por intereses conflictivos, y las decisiones acerca de la crianza emergen de las funciones que ejerzan esos adultos significativos en interacción constante con los pequeños, según criterios que todos ellos tratan de satisfacer. La estructura familiar, ya sea la nuclear o elemental, la monoparental, la ensamblada, la extensa o consanguínea, o la familia de padres separados, puede ser interpretada desde una tensión constante entre control e influencia.
¿Qué preferencias y aspiraciones satisface la inclusión de cada uno en una familia? ¿Cuáles son los modelos e ideales a los que aspira?
Las relaciones entre sus miembros, la distribución de tareas y roles, el diálogo o su ausencia, la mayor o menor autonomía de sus integrantes, la mayor o menor centralización en una de sus figuras, son un reflejo ideológico y conllevan intereses relacionados con el poder, la autonomía o dependencia, la diferenciación acerca de cómo legitimar la autoridad.
En otras palabras, su estructura y su dinámica estarán cruzadas por los conflictos y la intención de ponerse de acuerdo acerca de cómo se distribuyen el poder y la autoridad entre sus miembros. Los hijos y sus concreciones estarán cruzados permanentemente por estas coaliciones, tensiones e influencias. Muchas veces las familias tenderán a perpetuar las estructuras existentes, siguiendo las representaciones que tienen sus adultos, o se verán impelidas a cambiar por las presiones de sus hijos.
Otras veces se transformarán a la luz de sus análisis, debates y discusiones. Las aspiraciones, historias de vida, gratificaciones y frustraciones de los padres estarán en la base de las decisiones que se tomen. Los procesos de toma de decisiones no son lineales, ni tan racionales como se cree. Son problemáticos y complejos, con barreras, condiciones de posibilidad, limitaciones, marchas y contramarchas, afirmaciones y negaciones. Por eso, ser adultos responsables de la educación infantil es tan difícil.
El camino que lleva de la dependencia absoluta a la autonomía no es lineal. Los procesos que vive cada sujeto son personales e irrepetibles. Vivir es un complejo proceso en el que la interacción con otros nos lleva constantemente a interpretar y actuar, reprimirnos, decidir, responder. Gratificaciones y frustraciones moldean y subjetivan, marcan, dejan huella.
En el camino que lleva de la dependencia absoluta a la autonomía las interacciones entre niños y adultos están marcadas por permisos y prohibiciones. Y en buena hora…
Las constantes prohibiciones conducen a represiones penosas; su ausencia también provoca sufrimiento psíquico, porque el sujeto no puede apreciar cuáles son los marcos y las sendas posibles de ser recorridas…
En otras palabras: los límites dan seguridad, subjetivan amorosamente, demuestran preocupación y cuidado.
Extraído del libro "Los imprescindibles para la Educación y Crianza" Colección de 3 tomos. Editorial Nazhira.