Einstein advierte: “¡Oh juventud, no dejes de pensar!”. También Jean Paul Sastre fue quien nos dijo que: “el poder de leer le es dado sólo al que hace de la lectura una operación eminentemente activa”. Y ve en la lectura “la síntesis de la percepción y de la creación”.
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Frente a todo este estado situacional tan complejo y desorientador queremos hacer una propuesta como clave significativa. La antigua, olvidada y desprestigiada acción de CONTAR CUENTOS a los niños, tiene en la actualidad un rebrote maravilloso y está volviéndose
a revalorizar su práctica y escucha. Si bien, en strictu sensu, no es una lectura convencional, prepara, sienta las bases y predispone al acercamiento al libro que porte los cuentos que nos han gustado escuchar. El narrador prepara el cuento a narrar y lo transmite, exclusivamente, con su voz, sus gestos y ademanes y sin ninguna apoyatura visual o lectura.
Hace las voces de todos los personajes que aparezcan y a la vez es el propio “narrador” del relato (en esto se diferencia de un actor, quien sólo “interpreta” a un personaje y arma el diálogo con otro/s actor/actores). La narración oral de cuentos tiene antigua data. Y ha sido de preferencia para comunicar los hechos, acontecimientos y noticias de personajes importantes en diferentes épocas; en las cuales no se disponía de los medios de información actuales (los juglares, por ejemplo). Los pueblos originarios tienen su propia cosmovisión para interpretar el mundo de lo conocido (fenómenos naturales, animales, plantas, etc) y de lo desconocido (dioses o seres sobrenaturales), dando lugar a la creación de leyendas, mitos y relatos de muy variada factura. La transmisión ha sido siempre la oral –de boca en boca– y generalmente, algún integrante de esa comunidad lograba la mayor atención de los presentes por sus propias características al contar los relatos. Todas las culturas de todos los pueblos han tenido representantes de esta actividad tradicional. La narración de cuentos tiene una técnica profesional para llevarla a cabo, en la que se transmiten todas las posibles maneras de relatar y presentar los personajes, los acontecimientos, las acciones, los escenarios y los tiempos del desarrollo del conflicto.
La técnica de narrar cuentos tiene, actualmente, diferentes exponentes que la presentan de variadas maneras; todos los que se han especializado en esta actividad tienen en común, que: “sacan las palabras escritas y las echan a volar con su voz”. Su creadora lo denominó: “un acto íntimo de confraternidad” y consideró que “la voz humana, la voz del narrador es la encargada de establecer ese vínculo afectivo, artífice insustituible de imágenes nuevas”. En los tiempos en que la sobrecarga y estimulación excesiva de la imagen impuesta está atentando contra los “tiempos internos” de elaboración de la propia imagen individual, tan necesaria para construir el mundo simbólico del sí mismo, el receptor–niño se sumerge en el “universo del discurso” que se escucha, como acto enunciativo efectivo. El narrador es en rigor el primer receptor de su propia narración, pero convierte su cuento en un acto comunicacional completo para el niño, como un “instrumento privilegiado de la transmisión del saber”.
Leer al niño, desde temprana edad, en voz alta con el libro en manos del adulto.
Si de lectura se trata –actualmente– los adultos no somos los mejores lectores, aún cuando tengamos toda la formación y gusto por esta actividad. Conspira contra el puro placer de disfrutar de un buen libro, la vida cotidiana que nos fagocita y nos envuelve en lo urgente, por todo lo dicho anteriormente y por muchas razones más. No obstante, si pudiéramos dejar de lado nuestros propios gustos y necesidades –tan sólo– un rato al día y por las noches lográramos abandonarnos al puro placer de leerles algo a nuestros niños, estaríamos contribuyendo en muchos aspectos de su desarrollo. La hora ideal, el tiempo más recomendado y lo más aconsejable es el momento antes de que se duerman. Esto implica crear un “formato” de códigos compartidos que van más allá de una lista de beneficios. La expresión “formato” no debería reducirse a la creación de una simple rutina efectuada de una misma manera. Ni tampoco reducirse a la realización de actos similares. Más bien, deberíamos comprenderlo como actos de complicidad con el niño o los niños. Algo así como: “es nuestro momento más importante para disfrutar algo juntos”, fuera de toda recriminación o actitudes de “tenemos que hacer esto por obligación de cumplir con algo establecido, predeterminado”. Aquí se pone en juego el puro placer y las “ganas de…” y esto no puede estar teñido de hipocresías que el niño advierte, inexorablemente. No podremos engañarlo, por pura actitud; es necesario transmitirle nuestra propia entrega al gusto por leer.
En mi experiencia, una vez ante negativas reiteradas tuve que ape lar a una imagen (la cual “presto”) que me dio resultado. Dije:
“Leer es como mirar por el ojo de la cerradura, es como espiar qué le pasa a otro –personaje–, y saber cómo se las arregla para salir en la que se metió”.
Esa apelación a la curiosidad –sencillamente, tan humana– despertó interés y fluidez de conversación acerca de lo que le estaba pasando al “protagonista en un cuento”. Para hacer eficaces estos momentos, fue necesario –antes– haber preservado el clima de este acto de comunicación. No había televisores encendidos, no había celulares sonando, el momento del sueño estaba próximo y la relajación del cuerpo y la mente preparada para el descanso reparador. El preciado silencio, luego de un día agotador –tanto para niños como para los adultos– tiene que estar presente en el ambiente.
Lo mejor es la música de fondo: no estridente y que invite a la concentración y relajación y no a la dispersión. NO debería ser lo más significativo de ese momento, sólo tendría que acompañar. El riesgo que corremos los adultos –claro, está– es que al entregarnos al momento placentero de leerles un libro a los niños, nos quedemos dormidos primero a su lado, sin remedio. Pero, el disfrute desatado puede conducir a que una pequeña mano nos sacuda y despierte, hasta la conclusión de la historia comenzada. Y esto –lejos de ser un fastidio– es un ¡LOGRO! Porque es el propio niño que lo está demandando. Y eso es o que buscamos.
Dos recomendaciones más:
1) Portar un libro en la mano. Sostener un libro mientras se lee, frente a niños es presentarse como modelo de lectura: observar la tapa, la contratapa, las imágenes (si las hubiera), las solapas, las noticias acerca del autor o autora del texto que estamos compartiendo, la búsqueda en el índice, el señalador para seguir leyendo desde donde habíamos dejado, el número de la página, el pasar de una página a otra (hojear) con el debido trato de cuidado y respeto por el objeto cultural que estamos manipulando y que nos aporta placer estético. Todas estas actitudes conllevan a la construcción y formación de un buen lector, desde muy pequeños. Más tarde, no será necesario –así- insistir o advertir acerca de cómo hay que conservar un libro; la enseñanza del uso que previene el maltrato del portador de textos se convierte en “natural y ocasional”, sin necesidad de reprimendas posteriores. Los más pequeños tienden a “garabatear” o “escribir” los libros que tienen a su alcance; a manera de apropiación.
El modelo lector implica también (antes del comienzo de la enseñanza de la lectura escolar) que el niño observe la linealidad de nuestra vista, en el mismo momento de la lectura (el movimiento ocular que implica leer). En nuestro idioma castellano: lo hacemos de derecha a izquierda hasta la conclusión en el punto final de una oración. En otros idiomas lo hacen al revés. Los pequeños son observadores de toda nuestra postura actitudinal; están con su “antena parabólica prendida”, siempre como suelo decirles a mis alumnos. Los niños no pierden detalle alguno.
Una cuestión importante: al leer puede que nos encontremos con palabras o giros idiomáticos diferentes al del uso habitual del contexto. Esto sucede porque la diversidad de ediciones que se consiguen están traducidas o creadas en indiferentes países, en los cuales cambia la lengua y la manera de tratarse entre los diferentes personajes, por ejemplo: el tratamiento del “vos” o del “tú” exige el cambio de las acciones (verbos). En lo personal, no cambio la expresión, la leo tal y como está escrita (aunque no se corresponda, necesariamente, con lo regional). Me parece que por un lado, se hace un aporte respetando la obra desde su creación de origen; y por el otro lado, se contribuye a expandir la diversidad cultural de expresión, aún en el mismo idioma. Habría una serie de otras explicaciones acerca del uso literario de “recursos estilísticos” que no son de interés explicarlos en el presente trabajo. También acerca de cómo se completa una obra literaria, sólo en el momento de apropiación del lector cuando se la está leyendo y si la obra le pertenece o no del todo al autor, luego de lanzarla a los posibles lectores, desde su publicación. No obstante, si usted –lector adulto y seleccionador de un texto– es de los que piensan que es necesario “cambiar la expresión al habla en la que está expresándose el niño al cual le lee”, entonces será imprescindible que lea antes el texto en cuestión, para que el correr de la lectura sea fluida y el pequeño no tenga necesidad de aburrirse esperando nuestras improvisaciones y explicaciones apuradas. Entonces, prepare “su” texto con anticipación.
En realidad, se tome o no la decisión de cambiar una expresión, o una palabra, una vez generado el clima que mencionábamos antes, todo suma y nada resta. Tenga mucha confianza en la capacidad del niño que nos escucha, porque el canal de comunicación está abierto y dispuesto a compartir el disfrute.
Extraído del libro "Los imprescindibles para la Educación y Crianza" Colección de 3 tomos. Novedad marzo 2010 de Editorial Nazhira.
tengo ganas de leerle a mi hijo pero no se que libros. tiene 1 año y 2 meses, y encima los libros no suelen decir para que edad son